Como una familia

Durante estos 20 años de vida que me han sido regalados, puedo decir con toda confianza que solo 5 han estado marcados por una verdadera vivencia y una creciente consciencia de mi fe, de mi realidad como católico y de mi misión en el mundo. Y debo de confesar que he llegado a este punto no por mis fuerzas, demasiado insignificantes; si no por la fuerza de Dios (¿quién si no Él?) expresada en un regalo hermoso y universal: la familia. Y he de decir que mi familia a venido a crecer en estos cinco años que ya he mencionado antes, inundando las metafóricas paredes de nuestra casa con fotos y mas fotos de hermanos y hermanas en Cristo, cada uno en un lugar especial y con un don específico.

«Porque donde hay dos o tres en mi nombre, ahí estoy yo entre ellos» (Mt 18, 20). Sabemos que no podemos nada sin Cristo; sabemos que somos débiles, mas en nuestra debilidad se expresa su fuerza. Pues bien, es de mi parecer que una de las grandes flaquezas del ser humano es la soledad («Se dijo luego Yavhé ‘No es bueno que el hombre esté solo…'» Gn 2, 18) y que por eso Dios nos ha forjado seres sociales, hombres con hambre de interacción, de relacionarse, de conocerse, hablarse y amarse. Creaturas que necesitan de otros para sentirse seguros y felices. En fin, hombres con la necesidad de darse a si mismos.  Por supuesto, esto es un destello del Amor Divino que nos llama y nos busca hasta obtenernos; ese Amor que «dio a su Hijo único» (Jn 3, 16) para nuestra salvación.

Ahora bien, aquí es donde entra el papel de la familia que ya venía mencionando.

En el seno de la familia se van incubando los valores, los principios, los vicios,  y todo el amplio panorama interno que representa una persona humana. Es en su núcleo donde se van entretejiendo los hilos de la personalidad, de las expectativas y de los ideales. Ahí nacen las vocaciones, los santos y los mártires de la Iglesia. Es en la familia donde todo buen católico o católico de nombre tiene su origen. No es poco común observar como en una familia donde los sacramentos, el respeto a la liturgia y el compromiso hacia la fe cristiana no es algo importante, esta actitud se va transmitiendo a las subsiguientes generaciones (creando una vórtice de malestar en mi persona ante tales escenas, pero eso es para otro momento). También es común observar en aquellas familias que rezan juntas, que participan activamente y educan en sus hijos una verdadera reverencia hacia aquello que creen, obtener frutos abundantes cuando los miembros de dicha familia van creciendo.

Sin embargo, aquí entra un fenómeno interesante (muy propio de la Iglesia Católica) que afecta este fructificar: los familiares espirituales. ¿Y quiénes son estos familiares espirituales? se preguntarán (deberían, si no). Son aquellas personas que entran en nuestra vida y que la marcan de una manera especial, dejando un destello de la luz de Dios en ella. En otras palabras, aquellos que, siendo hijos devotos de la Iglesia, buscan consciente o inconscientemente acompañarnos en nuestro andar hacia la voluntad de Dios. Estos personajes toman distintas formas: desde una anciana catequista que hizo la pregunta correcta en el momento adecuado; hasta el amigo y el compañero de apostolado que escuchó aquellos momentos de inquietud o de dudas por las cuales uno tiende a avanzar en esta vida. Son estas personas las que van, con asistencia del Espíritu Santo, dejando pequeños guijarros de claridad sobre nuestro deber para con Dios; sobre los planes que tiene Él sobre nuestra vida.

Y así es como nuestra soledad se pierde en la nada. Dios nos da un maravilloso regalo, semejante al que le hizo a la Virgen Santísima al erigirla Madre de Todos los Creyentes. Nos hizo una familia, una comunidad de hermanos dispuestos a ayudarse en el camino de la vida. Y quizás no todos estemos muy cómodos con la idea de estar llenándose de hermanos, pero estoy convencido de que la posibilidad que se nos abre por medio de este don es un consuelo aun para el mas distante de entre los cristianos.

En lo personal, he tenido la bendición de convivir con distintas familias de distintas índoles, y he de decir que nunca podré estar lo suficientemente agradecido por las bendiciones que he llegado a recibir a través de ellas. Desde mi apreciada familia nuclear que me inculcó desde mi infancia un amor creciente hacia mi fe y de mi familia del movimiento Regnum Christi (al cual pertenezco), hasta la familia de Legionarios que me recibió como un hermano mas; pasando por el fugaz saludo que nos fue dado por aquella familia de monjas carmelitas, que con sonrisas radiantes y corazones inflamados nos dieron sus bendiciones y sus consejos, como las hermanas que son para nosotros. Puedo testificar el gran bien que produce la familia, y la gran necesidad que hay de procurar esas experiencias a todos nuestros hermanos católicos y no católicos. Vengo a creer que será por medio de esta unión que el mundo encontrará la salvación.

Por eso invito a rezar por aquellos hermanos que han estado ahí para nosotros cuando lo necesitamos, que rezaron en el anonimato por nuestros problemas, quienes se preocuparon por dirigirnos hacia Dios y velaron por nuestras almas, pues gracias a ellas hoy seguimos en esta lucha. Que Dios les conceda aquello que sus almas necesitan, sea lo que sea, y que sea cuando deba serlo. Pero también pudo oraciones por aquellos miembros de nuestra gran familia católica a los cuales no conocemos, pero que están rezando por nosotros ahora mismo, e igual por aquellos que nos necesiten, para que Dios sea su fuerza y su consuelo.

Solo queda decir una cosa: es el momento de aprender a ser hermanos, amigos y compañeros en este mundo una vez mas, pues para esto Dios nos ha creado, para que con nuestro común amor hacia Él nos amemos los unos a los otros, y así seamos como el perfecto amor de la Santísima Trinidad, siempre fiel, siempre dispuesto. » ‘Miren cómo se aman’ decían de los primeros cristianos. Ése era su distintivo: el amor.»

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